La cuarta orden (relato ficción).
Me llaman “El Guardián”. Tengo 56
años y vivo con mi pueblo bajo la superficie marciana. Nuestra orgullosa
civilización se ha deteriorado hasta niveles que difícilmente hubiéramos
imaginado antes. Ahora estamos pagando el precio de nuestra estupidez.
Esas bellas y esplendorosas ciudades que anteriormente fueron envidiadas,
ya no existen. Sus escombros yacen mezclados con la arena del inmenso
desierto. Aquellos grandiosos monumentos que debían perpetuar las glorias de
gobernantes y militares, cayeron con estrépito. Sus virtudes y sus fracasos, también
serán olvidados en breve tiempo.
La población ha sido brutalmente castigada con la muerte y la ruina. No
teníamos cosas mejores que hacer que luchar entre nosotros y eso hicimos. No
hubo vencedores pero sí un terrible castigo para los vencidos, que fuimos todos.
Nuestras condiciones de vida bajo tierra son tan duras, que muchas veces nos
preguntamos si tiene sentido nuestra existencia. No debemos echarnos atrás. Hay
que seguir adelante aunque hayamos tenido que renunciar a muchas cosas. Luego
vendrán tiempos mejores y espero que ésta durísima prueba, nos sirva para algo
y desterremos de nuestras conciencias el egoísmo.
Los ejércitos, ya no existen ¿Para qué? Somos pocos y ahora sí que
tenemos mucho que hacer, como para pensar en la guerra. Sin embargo, no bajamos
la guardia. Tenemos que enfrentarnos a una nueva amenaza: Los terrícolas.
Esos entrometidos seres, siempre están curioseando por el universo. No
contentos con haber llegado a La Luna y lanzado a través del espacio numerosas
sondas exploradoras de fea y extraña apariencia, parece que han puesto sus
inquisidores ojos en el desolado, pero querido Marte.
Como es natural, no nos gustan esos intrusos. Muchas veces, llegamos a
tiempo de destruir sus estrafalarios vehículos exploradores, otras les dejamos
que curioseen y fotografíen en parajes desérticos de poca importancia, creyendo
que perderían el interés en nuestro planeta y nos dejarían en paz. Pero no ha
sido así.
Hace pocas horas, mi radar ha detectado que una nave tripulada con
cuatro hombres, ha descendido en una zona de cierta importancia ¡Mal asunto! Eso
nos obligará a tomar decisiones drásticas. Así que antes que nada, decido
enviar a mi robot “Metauro IV”. Este tiene el aspecto de una brillante bola de
tonos broncíneos, equipada con cámaras, sensores especiales y armas.
Tras un silencioso viaje arrastrándose por la arena, el Metauro llega a
su destino. Por sus costosas cámaras, puedo comprobar que han tenido tiempo de
construir unas estructuras habitables y otras donde depositan el material
encontrado. Dentro de poco, oscurecerá. Si mi intuición no me falla, el oscuro
y traicionero manto de la desértica noche marciana, será testigo de unos
sucesos terribles.
Hay un par de módulos separados por algo más de 50 metros, en los que se
alojan los astronautas. Dos tripulantes en cada uno de ellos. Parecen extremadamente
contentos por los objetos hallados. Pasan las horas y los delicados sensores del
robot, no registran movimientos entre los humanos. Están durmiendo. Es hora de
actuar.
Conozco muy bien mis órdenes. La primera ya está hecha y consiste en
llegar al objetivo. La segunda, en hacer un reconocimiento. La tercera, evaluar
la situación. La cuarta, tomar medidas.
De inmediato, activo la segunda orden. El robot, despliega ocho patas y
camina silenciosamente. En la pantalla puedo ver los objetos; unas piedras con
escrituras muy desgastadas, unos recipientes que al parecer contienen muestras
de agua y los restos de una nave que fue en su día el orgullo de nuestra flota
espacial.
Tomo la decisión a los pocos segundos. No hay inconveniente en que se
lleven las desgastadas piedras ya que su deterioro es grande y su importancia
como objetos arqueológicos, muy cuestionable. Por el contrario, las muestras de
agua demostrarían que existe vida en mi planeta y los restos de la nave, les
serían de una gran ayuda para construir otras mejores. Eso haría más frecuentes
sus incómodas visitas y peligraría nuestra propia existencia. Con el corazón
lleno de angustia, decido cuál va a ser la cuarta orden: La aniquilación de la
vida de esos intrusos.
Por ello, aprieto un botón y activo una especie de ojo verde del broncíneo
robot. De éste sale un poderoso rayo que destruye un trozo de la metálica pared
de uno de los módulos habitados por los terrícolas. Luego, entra en el interior.
Las parpadeantes luces de los controles de la base, emiten destellos que se
reflejan en su esférico armazón dorado. En su lento y silencioso caminar, entra
en la habitación donde reposan dos de los intrusos. Uno de ellos, despierta
violentamente. Debe ser aterrador tener frente a ti a una araña metálica de
casi dos metros de alto, con ocho delgadas patas cuyo brillante ojo verde, como
la esmeralda se dispone a lanzar su mensaje de muerte.
El primero intenta levantarse, pero muere en el acto y cae desplomado en
la cama. El segundo consigue escapar hasta la sala de control. El robot
gira y su preciso rayo, le alcanza en el cuello. El hombre, también muere.
Le queda muy poca energía a mi robot. Pero es lógico, ya que los casi
100 kilómetros de trayecto, han consumido buena parte de sus baterías. Por lo
tanto, no es buena idea ir a por los otros dos astronautas. Así que decido
plegar sus patas y dejarlo que se cargue, camuflado en el terreno.
Cuando amanece, los otros dos intrusos entran en el módulo para reunirse
con sus compañeros. Su aterrada conversación, es captada por mi robot.
-¡Están muertos! ¿Me oyes? ¡Muertos! ¡Oh Dios
mío! ¿Cómo ha podido suceder ésta tragedia?
-Cálmate Jim, todo tiene una
explicación. Voy a echar un vistazo a las imágenes de la videocámara, para
saber lo que ha pasado, pero por favor déjate de histerismos y tranquilízate.
Está amaneciendo. El caluroso Sol, recarga las baterías del Metauro.
Dentro de una hora, estará lo suficientemente cargado como para cumplir con la
segunda parte de su òrden. En estos momentos, yace como un brillante juguete,
cerca de la base de los hombres. Mientras uno de ellos mira las imágenes, el
otro aguarda nervioso, vigilando con un martillo en la mano. Si llegara a
encontrarse con mi robot mientras está en fase de carga, lo destruiría sin
muchas dificultades. Por ello, aguardo impaciente a que pase el tiempo,
mientras ellos pierden el suyo en vez de salir al exterior y buscar el peligro.
Seguid así, queridos míos. Dentro de una hora, todo habrá terminado para
vosotros ¡Marte debe sobrevivir!
(Según algunos autores de ficción, la
palabra “terrícola” es una forma despectiva que tienen de llamarnos los
habitantes de otros mundos).
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