Noche de marcha

  


 No tengo ningún inconveniente en ir de juerga por la noche con Pablo y Paco. Ellos son unos tíos muy marchosos con los que puedes divertirte. Pero no puedo decir lo mismo del amargado de Angel. Por mí, que no venga.
   —No pasa nada, Miguel. Angel es un buen tipo.
   —Eso es. Solo hay que darle un poco de confianza. No seas gruñón, Miguel
   Decido acceder para que no me tomen por patoso. Pero eso de que Angel es un buen tipo que solo necesita confianza, es pura mentira. Digo y repito, que ese chaval es un amargado. Ya lo conozco de vista. Lo vea muchas veces en el recreo, cuando estudiaba formación profesional.  Casi siempre solo, mirando con envidia a los compañeros que tenían novias. También escuché que en los “boys scouts” lo echaron del grupo, por dedicarse a meter cizaña entre los compañeros por intentar aislar de su patrulla a dos chavales que no le caían bien.
   De eso, hace ya tiempo. Ahora, que tenemos entre veintidós y veintitrés años, esas cosas pueden sonar a chiquilladas. Pero pienso que las personas no somos tan distintas con el tiempo. El que no fue destacable durante la adolescencia, rara vez lo será después. Pero la mayoría de los inconvenientes que encuentro para que Angel nos acompañe, me los guardo para mí. A ver si encima, mis dos colegas van a pensar que el patoso soy yo.



   Como no tenemos coche, cogemos el autobús. Durante el recorrido, hablamos animadamente. Angel, para no variar, parece ajeno a nuestra conversación.
   Llegamos a una parada. Se suben cinco chavalas. Una de ellas la conozco de verla por mi barrio. Parecen muy ilusionadas.
   —Primero iremos a la disco de la calle Principal, luego a la otra disco que está más cerca. A continuación, al pub ese, que está cerca del Ayuntamiento ¡La noche es nuestra, chicas!



   Sonrío. El pueblo al que nos dirigimos tenía muchas salas de fiestas. Pero entre la crisis y la multa que tuvo que pagar el dueño de dos de esas discotecas, obligándolo a cerrar, solo ha quedado la de la calle Principal Ahí, pasaremos toda la noche. Hay además otras de menos categoría, en la que solo hay peleones y drogadictos.
   Llegamos a la parada. Pablo y Paco proponen que antes de entrar, tomemos algo de comer. Angel no es partidario de eso.
   —Debisteis de habérmelo dicho, antes de venir. Si comemos, no voy a tener dinero suficiente para entrar en la “disco”.
   —Pero hombre ¿No sabes que estar toda lo noche sin comer es malo? Pregunta el sorprendido Pablo.
   —Comed vosotros. Yo me iré a dar una vuelta mientras coméis.



   Empezamos mal. Decidimos hacer una colecta para pagarle un bocadillo y una cerveza. Ni siquiera nos da las gracias, sino que tras coger sus vituallas, se sienta en un asiento aparte. Eso nos sienta mal.
   Cuando terminamos de comer, le preguntamos por qué ha hecho eso, y nos dice que le da asco vernos hablar con la boca llena. Otro detalle feo, que además es mentira, porque guardamos silencio mientras comíamos. Vamos al servicio del bar, Paco y yo. Este, irónico, sonríe, dándome la razón.
   —Parece que Angel no está a gusto en nuestra compañía.
   —Sí. El es un ángel, y nosotros, demonios. Le contesto.
   —Lo malo es que Pablo tiene una paciencia de oro.
   Tardamos unos quince minutos en salir. Vemos que Pablo está discutiendo con un chaval. Hay gente alrededor. Queremos saber lo que ha pasado. Los amigos del chaval nos informan que Angel le ha dicho una guarrada a una chica que estaba con ellos. Su novio se ha enterado, y amenazó con partirle la cara. Pablo ha salido en su defensa.
   —Más vale que sujetes de la correa a tu amigo, o tendrá problemas.
   —No te permito que hables así de él. Angel no es un perro.
   —Vale, no quiero discutir contigo. Tú no me has hecho nada. Pero si quieres un consejo amistoso, manda lejos a ese “angelito”.
   La discusión parece subir de tono. Los separamos, y decidimos salir a una plazoleta cercana. Pablo está que trina. Angel se ríe, burlón.
   —Menudo cagoncete estaba hecho el gilipollas ese. Tiene que tener unos cuernos tan grandes como una catedral ¿Habéis visto como iba vestida su novia?
   Parece que Pablo no tenía tanta paciencia como imaginábamos. Con brusquedad, manda guardar silencio a Angel.
   —Aunque no te guste su forma de vestir, eso no es motivo para llamarla “guarra”. Si lo haces, que no sea estando nosotros contigo.
    Angel se cruza de brazos, como un príncipe ofendido.
   —Vale, vale. Me echáis. Pues muy bien. Me voy.
   Nos miramos. Esa actitud es muy infantil, pero no sabemos lo que va a hacer Angel, dando vueltas toda la noche, por un pueblo que no conoce bien. A regañadientes acepta seguir con nosotros. Pero se muestra callado y distante.



   Por fin,  dos horas después de comer y dar una vuelta, llegamos a la discoteca. Las chavalas que vimos en el autobús tienen cara de decepcionadas. Parece evidente que ya han visitado aquellos sitios tan ambientados seis meses antes, pero que ahora son locales muertos.
   Decidimos bailar un poco en la pista. Angel se queda sentado en un rincón, y no nos mira. Paco protesta.
   —Vaya con el coleguita. Nos va a amargar la noche.
   —No, hombre. Lo que pasa es que no nos conoce bien. Tal vez, hice mal en gritarle. Dijo el conciliador Pablo.
   Le decimos que la bronca que le armó, bien armada está. Nada justifica esa subida de tono con la chica del bar.
   —Ciertamente, no debió de insultarla, pero pensad un poco. Angel no parece haber tenido novia nunca. A lo mejor, en vez de decirle “guapa” a la chica, tuvo un desliz, y le dijo “guarra”.
   Pablo parecía tener remordimiento por haber abroncado con razón a Angel. Nuevamente hacemos una colecta, pero esta vez para bebidas. Con sonrisa amistosa, le deja caer en la mesa, una botella de cuba libre.


 
   —Todo para ti, Angel. Le dice, mientras le da una palmada en la espalda.
   El aludido parece contento. Tras beber un par de tragos, se anima a bailar. Pero lo hace, alocadamente, y sin control. De hecho, una chica lo mira con mala por haberla pisado sin querer. En un rincón de la pista hay cinco o seis chicos que visten de cuero, y parecen gays. Pero van a lo suyo, y no se meten con nadie. No puede decirse lo mismo de Angel, que para nuestro espanto, se ríe de ellos a carcajadas. Los gays hacen como si no lo vieran, y pasan de él. Nosotros intentamos abrirnos paso entre la multitud, pues intuimos que va a haber problemas. Así, es.



   La paciencia es una virtud. Los gays de la discoteca son realmente virtuosos. Pero todo tiene su límite. Uno de ellos acaba por ponerse nervioso y le da un empujón a nuestro acompañante. Este saca una navaja de su bolsillo, y lo amenaza. Los compañeros del ofendido sujetan a Angel la mano, y lo tiran al suelo.



   Hecho un “berserker” Pablo acude en su defensa. Paco y yo hacemos lo que podemos, pero no sirve de mucho. Lo último que recuerdo del enfrentamiento es a un gay bigotudo que me tira al suelo, y se lía a tortas conmigo. Parece que a Paco le pasó lo mismo, pero con uno calvo. Más tarde me enteré, que el bigotudo se llamaba Jose María.


   Llega la policía. Nos lleva detenidos a comisaría. Parece que Pablo ha dado muchos problemas. Es acusado de agresión múltiple. Cuando el agente le pregunta el motivo de su actitud, se limita a decir que estuvo borracho. Los gays imitan su ejemplo, al igual que nosotros. Ha sido una pelea desafortunada, y no queremos problemas. Pero Angel es un patoso. Para nuestra sorpresa, acusa a Pablo de ser el que empezó la pelea. Nuestros rivales nos miran comprensivamente, como diciendo: “Vaya colega más felón tenéis”. Pero no le hacen caso. Finalmente, Angel se derrumba, y acaba admitiendo que él empezó. Les decimos a los agentes que tenemos que coger el autobús dentro de una hora. Por fortuna nos dejan salir.



 Nuestros rivales nos dan la mano amistosamente, y se presentan. El nombre del que Angel se puso a molestar, se llama “Ignacio”. “Iñaki” para los amigos. Nos invitan a comer churros, y nos acompañan hasta la parada. En verdad son buenas personas. Angel se pasa todo el tiempo mirando al suelo, avergonzado. No dice ni una sola palabra.
   —Siento lo ocurrido. No volverá a pasar. Dice Pablo, avergonzado.
   —Lo comprendo. Por un amigo se hace lo que sea. Dice Iñaki.
   Nos montamos en el autobús. Ellos se despiden de nosotros, y nos aconsejan que controlemos el alcohol. Nos comprometemos a hacerlo. Jose María me pide disculpas. Me pregunta si me duele. Le digo que no, pero miento. De todas formas parece buena persona, y todos queremos olvidar el desagradable suceso.



   En el interior del vehículo se encuentran las chicas decepcionadas. Al vernos, nos preguntan cómo nos fue en comisaría. Por respeto, decido contar una versión diplomática de lo ocurrido. Les explico que todo fue una confusión, un malentendido que se produjo por causa de la influencia del alcohol. Pero el avergonzado Angel, tras varias horas guardando silencio, grita lleno de ira.
   —¿Un malentendido causado por el alcohol? ¡Y una mierda! Yo no bebí tanto.
   Decido hacer caso omiso a las palabras de Angel, y sigo contando lo que ocurrió. Este, al sentirse ninguneado, decide contradecirme.
   —Me reitero en lo que dije a la policía ¡Empezasteis vosotros!



   Pablo lo mira, lleno de asombro. Esa no es forma de hablar de unos amigos que han dado la cara por él. Angel se explica mejor.
   —Disculpad que os hable así. Vuestra intención fue buena. Pensasteis que yo estaba en apuros, pero no era así. Yo controlaba la situación por increíble que os pareciera.
   —Claro, claro. Dijo el irónico Paco.
   —Sí, sí. De verdad ¡Vaya, tíos, qué apuro! Pensaréis que soy una ingrata persona ¿Verdad?
   —A mí, no me lo parece. Dice Paco sin abandonar su actitud.
   —Hombre, tú me dirás qué es lo que debemos de pensar de alguien que deja tirados a sus compañeros de juerga, y se pone a buscar pelea a los demás. Dijo el enojado Pablo.
   Angel hizo un gesto significativo, señalando con el dedo a su interlocutor.

   —Ese es el error. No me estaba metiendo con esos chicos. Solo pretendía conocerlos. Pero ellos me ignoraron vilmente, y no pude evitar amenazarlos. Hice mal, pero yo soy así. Lo siento; ese Iñaki me gustaba, y se me cayó el mundo encima cuando vi a Jose María, abrazarlo.

Comentarios

  1. Para mi gusto, excesivamente detallado y mucho diálogo, con un final, que imprevisible de inicio, dejas adivinar un poco antes del final.
    Perdona mi franqueza, pero he pasado por la misma etapa y quiero(sin ser ofensivo) hacer una crítica constructiva. Trabaja más el relato con menos diálogo y elimina lo superfluo. Verás tú mismo la diferencia.
    Saludos y un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tienes razón, Carlos. Me salió algo largo. Debí haberlo repasado más. Con la calor me cogió desganado.

      Un fuerte abrazo.

      Eliminar
  2. Hola tio Antonio
    Menudo relato mas movidito. Siempre tiene que haber algun bocas en los grupos. Lo que hay que hacer es pasar de ellos
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Hola, Marian. Desde luego. Hay veces que se pasa mucha vergüenza por la metedura de pata de otros. ?ero no siempre es posible quitárselos de encima. Gracias por tu visita.

    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Admirables el aguante y la lealtad de los amigos del singular Ángel.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Siempre hay alguien que no tira la toalla, pese a que la causa está perdida.

      Saludos cordiales.

      Eliminar

Publicar un comentario

Expresa tu opinión, libremente, y sin miedo a robarle protagonismo al administrador de este blog ;) pero hazlo con respeto.

Entradas populares de este blog

Al silencioso visitante

Memorias de un suicida (libro)