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El peor libro

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  Aunque no lo creáis, no compré el libro por la imagen, pero más me valdría haberlo hecho por eso ¡La peor decisión de mi vida! Ese libro pensé que sería un manual para ayudarme a hacer vídeos de calidad. En realidad era un catálogo caro de productos Hama, que también eran caros. Fue a principios de los 90, y en esa época yo estaba enamorado de las videocámaras. La novedad de esos productos es que funcionaban todos por mando a distancia inalámbricos. Por eso eran tan caros. Hoy día serían pura chatarra🙂 Visto lo visto, me olvidé del libro, que acabó rodando por toda la casa, sin molestarme en visualizarlo más. Hoy, tras casi treinta años, tras quitar de en medio unos cuantos tiestos viejos, lo mandé a la papelera de reciclaje. Dicen que una de las cosas que más llaman la atención de internet, (y en verdad no me extraña), son las caras guapas. Probablemente el último servicio de tan molesto libro, será aumentar en unas cuantas visitas mi blog.

Ratito 1: Homenaje a "Viaje al centro de La Tierra"

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Vídeo de presentación de mi canal de Youtube

Crisis videojugadoras

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       ¿Nadie ha acabado harto de los videojuegos o renegando de ellos por algún motivo? Yo, de hecho, he tenido tres crisis. Algunos dirán que jugar es un caprichito temporal, sin beneficio, y que tarde o temprano, la afición se terminará. Bien, los psicólogos tienen su propia opinión: algo he leido de que ver mucho la tele es una actitud pasivo reflexiva de alguien que tiene pocas aspiraciones. En cambio, un videojuego te introduce en una situación en la que tienes que usar la creatividad para salir airoso de ella. De hecho, recomiendan jugar un par de partidas, matando marcianitos antes de ir al trabajo, para tener la mente más despierta.        Aunque en la adolescencia he jugado mucho en las maquinitas de los salones recreativos, puede decirse que mi historial videojugador comienza a finales de julio de 1.984, cuando mis padres le regalaron a mi hermana un Spectrum de 48 k. Ella, que lo quería usar para sus estudios, principalmente, pensó que sería fácil de manejar, como l

Adiós a un viejo complemento

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Fue algo muy súbito e inesperado. Me costaba gran trabajo escuchar las palabras de mi padre, que desde Santander me llamaba por el móvil:        "Abre el cuarto cajón. Coge el metro plateado y llévaselo a una persona que te va a llamar para quedar con él".        No me pude creer lo que oía "¿Llevárselo? Pero ¿Para enseñárselo?" Pregunté.         "No. Para dárselo. Es suyo".        Increíbles palabras. Ese metro llevaba más de cuarenta años con mi familia, y ahora resultaba que no era nuestro. Recuerdo que de niño me corté con el filo, al tocarlo, imprudentemente. Entre la sorpresa y la rapidez con que llamó su propietario, no caí en la cuenta de hacerle una foto de despedida. No es que fuera un gran metro; de hehcho, solo tenía hasta dos metros. Ah, pero eso sí, era muy resistente. Estaba casi nuevo. El hombre debió notar mi incredulidad, que me dijo: "Oye, que si no me lo quieres dar, no pasa nada. Quédatelo".        "No es eso,

Palo a la burra blanca, palo a la burra negra

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El “bueno” de Fernando VII no pudo soportar que el partido de los liberales pensara que era un tirano. Pero aún peor llevó que los absolutistas lo tomaran por un rey blando y débil por permitir el “trienio liberal”. Cogió una rabieta, firmó dos órdenes de detención para los miembros de ambos grupos, y lleno de ira se las entregó a su secretario, al tiempo que decía: “¡Palo a la burra blanca! ¡Palo a la burra negra!

Breve estancia en el pub

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La anécdota que os narro a continuación es probable que ocurriera en el año 1.989, durante los carnavales. Mis dos amigos y yo, ya habíamos disfrutado suficiente el día anterior. Por ese motivo, nos fuimos a un lugar tranquilo, situado en la otra punta de la ciudad. Era el pub "Las Brisas". Llegamos a creer que estaba cerrado, como la gran mayoría de los establecimientos que estaban alejados de los lugares donde estaba el ambiente festivo. Pero como no teníamos nada que hacer, nos acercamos al pub donde íbamos siempre, como si fuera un día normal.        La primera cara que vimos fue la de mi tocayo, "Antonio", uno de los camareros. No se alegraba de vernos. Estaba muy serio. Eso no era habitual en él. Anteriormente había sido conductor de autobús. El estaba entre los dudosos a renovarles el contrato. Mientras se decidían o no, encontró el trabajo en el pub. Imaginé que al no ser su oficio habitual, por eso se tomaba demasiadas confianzas con los clientes. Pe