Adiós a un viejo complemento



Fue algo muy súbito e inesperado. Me costaba gran trabajo escuchar las palabras de mi padre, que desde Santander me llamaba por el móvil:
       "Abre el cuarto cajón. Coge el metro plateado y llévaselo a una persona que te va a llamar para quedar con él".

       No me pude creer lo que oía "¿Llevárselo? Pero ¿Para enseñárselo?" Pregunté.
        "No. Para dárselo. Es suyo".
       Increíbles palabras. Ese metro llevaba más de cuarenta años con mi familia, y ahora resultaba que no era nuestro. Recuerdo que de niño me corté con el filo, al tocarlo, imprudentemente. Entre la sorpresa y la rapidez con que llamó su propietario, no caí en la cuenta de hacerle una foto de despedida. No es que fuera un gran metro; de hehcho, solo tenía hasta dos metros. Ah, pero eso sí, era muy resistente. Estaba casi nuevo. El hombre debió notar mi incredulidad, que me dijo: "Oye, que si no me lo quieres dar, no pasa nada. Quédatelo".
       "No es eso, es que de tanto verlo en mi casa, llegué a creer que era mío ¿Dónde está usted?

       Nos vimos en una pastelería. El hombre estaba tomando café con unos dulces con su familia. Tras entregarle el metro, me explicó que poco tiempo después de hacer una obra en mi casa, se dejó olvidada la herramiente y se fue a vivir a Sevilla. Por ese motivo, mi padre no lograba encontrarlo. Pero aprovechando las vacaciones de principio de diciembre, su hermana vino a Cádiz, y se encontró con mi padre, que por fin le dijo lo del metro. Ella llamó, en cuanto pudo al albañil, y cuando éste por fin pudo venir, mi padre ya se había ido. No me costó trabajo llevar el metro, pero hubiera preferido que lo hubiera entregado otra persona, pues a pesar del corte que me produjo, le tenía mucho cariño, pese a que los había mejores en mi casa.

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