Aquella aborrecida ventana


Nací a principios de los años 60. Mi niñez estuvo muy marcada por una gran actividad física. Jugar al escondite, al fútbol, al coger, etc...También había algunos videojuegos en "Las máquinas de Paco" como llamábamos a la sala de recreativos de la época, en la que jugábamos con los "pinballs" y otros antepasados de los actuales videojuegos, como era el "Ping" creo que se llamaba, consiste en una pantalla negra con una pelotita y dos barras blancas, una por cada jugador. También estaban los "Futbolines de Andrés". Esos si que eran entretenidos. También veíamos la tele, en blanco y negro la mayoría de las veces, ya que el color nos cogió, cuando empezábamos a meternos en la adolescencia. Al empezar los dibujos animados, mi tía nos avisaba, dejábamos la pelota o lo que fuese, y a toda carrera, entrábamos a verlos. Cuando acababan, volvíamos de nuevo a jugar. 

Pero había un gran inconveniente. Las vecinas de al lado. Jugábamos en un barrio de viejas casas, y era frecuente que la pelota se nos "embarcara" en la casa cercana, en la que vivían tres o cuatro "viejas". Al menos, eso nos parecía a los niños, para quienes una persona que ya no estaba en edad de ir a la escuela y no tuviera hijos pequeños, era un miembro de la tercera edad

Cuando llenos de vergüenza, íbamos a pedir que nos dieran la pelota, solía salir una, que se llamaba "Regla", quien con muy malas pulgas nos la devolvía, amenazando con llevarnos a comisaría, o no devolvérnosla, si sucedía otra vez.

¡Y vaya si sucedía! Unas veces por imprudencia, y otras por mal cálculo, tarde o temprano, la pelota acababa en el patio de "Las Catulfas" como ya las llamábamos. Ese nombrecito de origen desconocido, se le ocurrió a mi primo, que harto de ser él, quien fuera a pedir la pelota, quedó en que la próxina vez, iría el responsable de la imprudencia.



A veces se quejaban con razón, puesto que no solo jugábamos a la pelota, sino que nos gustaba practicar puntería, o simplemente, tirar piedras al aire, para ver quién llegaba más alto. Una vez se quejaron, exagerando sin duda, diciendo que habíamos estado a punto de achocar a un niño ¡Pero si ahí, solo vivían varias viejas solteronas! Otras veces, venían de improviso, dando las quejas por haber tirado piedras, justo cuando no estábamos haciendo nada malo. Muchas otras, se asomaban por la ventana mientras jugábamos al fútbol, gritando porque estar dando balonazos a la pared.

Llegamos a aborrecer esa ventana. Cuando veíamos movimiento en su interior, el 90 % de las veces, era para asomarse y armarnos la bronca por algún motivo.

Haciendo honor a la verdad, una de las veces fueron de gran ayuda, pues en el casi tranquilo callejíon del cementerio por el que pasaban pocos vehículos, un día, unos adolescentes se pusieron a practicar con una ruidosa moto. En una de las vueltas se subía uno, en otra, otro. No solo armaban ruido, sino que no nos dejaban jugar a la pelota. Tras seis o siete vueltas, las "amables" ancianitas, se asomaron, armando gran estrépito y griteróa al chaval que iba montado. Este, comprendió que se había metido por mal sitio, se lo dijo a sus colegas y ya no molestaron más.

El tiempo pasó. Los juegos infantiles se acabaron. El barrio se quedó viejo. Las casas había que derribarlas. Una inmobiliaria se hizo cargo y empezó a construir. Han tenido numerosos problemas por culpa de la crisis. Esa ventana que tantas veces se abrió para que las moradoras de la casa (sobre todo, Regla) nos dijeran de todo, excepto "bonitos" ahora está abierta y desvencijada. Ya, nadie vive en esa casa. Las ancianitas; al menos dos de ellas, aún vivían a mediados del inicio de siglo. Una vez fui con mi madre por esos alrededores, pero no las reconocí. Mi madre sí. Se echaron a reír, cuando ella les recordó los viejos tiempos. Un día de éstos, las obras continuarán, y la ventana desaparecerá. Eso me habría encantado de niño, pero actualmente, no. Esa ventana es una de las pocas cosas que quedan en pie en ese barrio, en el que pasé una gran parte de mi adolescencia y niñez.   











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